Los abogados que defendemos los intereses de las empresas en conflictos con la Administración nos encontramos en muchas ocasiones con actitudes que no responden a la que describía en el párrafo anterior. Pero que tampoco se ajustan al derecho, como demuestran muchas sentencias. Para poner algún ejemplo, en un caso reciente que llevamos en nuestro despacho un juez dio la razón a un ex administrador de una empresa que acumulaba deudas que la Agencia Tributaria pretendía cobrarse sobre el patrimonio de nuestro cliente fuera del plazo de prescripción. Cosa que hizo que, incluso, se los condenara con costas. No discutimos que los administradores tengan responsabilidad en la (presunta) mala gestión de una empresa, pero esta responsabilidad se tiene que demostrar y está sometida a un marco legal, que incluye, como no puede ser de otro modo, un plazo de prescripción. No tenerlo en cuenta, cuando eres la Administración y, se supone, la garante del bien común, es predicar con el no-ejemplo.
En otro caso del que hemos tenido noticia a través de la prensa económica, la Seguridad Social ha sido condenada a volver a una empresa el dinero sobre unas presuntas irregularidades en la gestión de las horas extra. La mala praxis administrativa en este caso es que mientras el litigio seguía su curso la empresa se quedó sin los datos de su gestión por un ciberataque y la Seguridad Social, que las tenía porque la misma empresa le había facilitado, se resistía a compartirla. ¿Es esta la idea de fair play que tiene que tener un departamento de la cosa pública hacia sus administrados?.
En ambos casos nos tenemos que preguntar: está la Administración obrando de buena fe, entendiendo por buena fe la idea de servir al bien común? La respuesta es obvia: no. Obra según una lógica organizacional endogámica que coge forma en las actitudes y decisiones egocéntricas de sus representantes, profesionales abducidos por una patología corporativa muy consolidada que los desvirtúa el juicio y les otorga una irreal sensación de impunidad que acaba haciéndolos funcionar como autómatas.
La viabilidad de una empresa es un bien a proteger. No hacerlo en estricta observancia de los instintos de voracidad administrativa de los burócratas es una nueva versión de aquel concepto de la banalidad del mal que acuñó la filósofa judía Hannah Arendt a la hora de explicar los comportamientos de los líderes del nazismo durante los juicios de Núremberg y que tanto costó de entender, especialmente a sus correligionarios judíos. Sin ser esencialmente doliendo, cuando no comprendes en profundidad qué es tu función y tu responsabilidad hacia la sociedad, es posible que hagas daño. Afortunadamente, si esto pasa, no olvidamos que los tribunales están para corregirlo. Y muchas veces hacen bien su trabajo. Aprovéchemelo!