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La financiación de Israel y la doble (a)moralidad bancaria

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El pensamiento calvinista, que ha influido notablemente en el desarrollo de la mentalidad liberal que domina la economía de libre mercado de Occidente, tiene un matiz que a veces se ignora desde determinadas posiciones políticas: el de la moralidad de los negocios. A diferencia otros sistemas morales más nostrats, en el marco mental luterano enriquecerse es bueno, sí, pero no a cualquier precio, se tienen que observar determinados códigos morales. Por eso el calvinismo no es asimilable al neoliberalismo ni al capitalismo salvaje, porque pretende tener un discurso moral sobre los negocios.

Las últimas noticias sobre la financiación de la banca española a la compra de armamento de Israel vuelven a evidenciar que el sector no practica precisamente el calvinismo. Las cifras que ha hecho públicas hace pocos días el Centro Delàs de Estudios por la Pau su estremecedoras. En la foto salen retratadas entidades como el Banco Santander (que ha inyectado 2.400 millones de euros a operaciones relacionadas con la escalada armamentista hebrea), el BBVA (1.500 millones) o CaixaBank (110 millones), entre otros. Esto sirve por muscular a las empresas que fabrican la maquinaria de guerra que permite a Israel llevar a la práctica su política de aniquilación en Gaza y El Líbano. General Dynamics, Boeing, Oshkosh, Day&Zimmermann, Leonardo, Rheimetall, MTU… están a la primera línea del negocio, pero la banca que los financia -con el dinero de sus clientes, no lo olvidamos- también moja de lo lindo.

Sin entrar en ninguna valoración profunda sobre el conflicto del Próximo Oriente, que es muy complejo y escapa en mis campos de pericia, si que me parece evidente que es tremendamente inmoral que un sector como la banca tome partido con el objetivo de mejorar sus ya mucho golosos balances. Dejando de banda las tradicionales vinculaciones del mi hebreo con el sector bancario, un jardín donde no me pondré.

Una amoralidad que las entidades financieras aplican también en su relación con la sociedad que los rodea y de la cual se nutren, obviando muchas veces su deber moral de prestar servicio. Su implacables ante los impagos -también con los de los colectivos vulnerables y su techo-, rácanos con el crédito a las pymes, fraudulentos con los productos financieros tóxicos que intentan colocar a sus clientes, poco sensibles a las necesidades de la ciudadanía (cierre de oficinas, especialmente al mi rural, y retroceso en la calidad del servicio). Y la cirereta del pastel: abonados a privatizar los beneficios y a socializar las pérdidas.

Nuestros bancos invocan sin complejos la moral del ciudadano, que tiene que responder puntualmente de sus obligaciones, y a la vez financian genocidios. Y esto porque resulta más lucrativa la masacre de niños que ayudar a la pequeña y mediana empresa. Sería bueno que las autoridades del Estado y las europeas tuvieran en cuenta esta escandalosa carencia de moralidad de las entidades financieras en la hora de resolver los numerosos casos que la sociedad ha llevado a la justicia ante los abusos de un sector que se imprescindible para el buen funcionamiento de la economía y la sociedad pero que, con políticas como esta, está condenado a vivir bajo sospecha.

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