Considerarían aceptable que cuando se proveen de alimentos y otras necesidades inmediatas en su supermercado de confianza al llegar a la caja les hicieran una factura estimada que ya se redondeará más adelante en algún momento de un futuro incierto? O que cuando se toman un café, una cerveza o un helado a su terraza habitual les pidieran una cifra que no se puede saber de dónde ha salido de una manera detallada? Es lo que históricamente tenemos que dar por bueno los consumidores con buena parte de las facturas de electricidad que pagamos con la cuestionable (pero asentada) figura de la lectura estimada.
Se trata de una anomalía legal que proviene de tiempos más oscuros en los que los derechos de los consumidores eran todavía muy embrionarios. Un contexto que determinadas empresas afines al establishment aprovechaban para imponer sus protocolos unilaterales. Sorprende que en el actual marco legal una fórmula como esta perdure, pero ya sabemos que la inercia es uno de los grandes motores del universo, también a nivel sociológico o legal. Aun así, es una inercia que se puede romper, a pesar de que, como acostumbra a pasar, hay que recurrir a los tribunales.
No los aburriré con normativa legal, pero a grandes rasgos el consumidor tiene derecho, también en el ámbito del consumo de electricidad, a recibir información clara y detallada de qué cantidades tiene que sufragar, como se estructuran estos importes y como se han generado en base a unas tarifas públicas. Y tener esta información en tiempo y forma, en la hora de pagar, no diferirla para más adelante, pagar una parte aproximada ahora y compensarlo vaya a saber cuando y como. Una condición que claramente incumplen las lecturas estimadas tal como ya han confirmado varias sentencias que instan a las compañías responsables a corregir esta mala praxis.
El argumento que acostumbra a dar la compañía que comercializa la electricidad sobre el incumplimiento en el que incurren es que en el sistema participan compañías distribuidoras y compañías comercializadoras y que la información sobre los consumos la tienen las primeras. Una excusa que estarán de acuerdo conmigo que es muy poco consistente. Más si tenemos en cuenta que todas estas compañías acostumbran a tener algún tipo de parentesco empresarial. Pero, para hacerlo simple y llanamente, no es nuestro problema, como cuando pagamos por cualquier otro producto o servicio.
En la era de la digitalización y el big data, no tiene ningún sentido que un servicio tan básico como la electricidad, prestado por unos operadores de una envergadura empresarial gigantesca –por mucho que se fragmenten en una laberíntica estructura de filiales y partners–, no esté puntualmente monitorizado por unos indicadores de consumo claros que permitan facturar con lecturas reales en cualquier momento y ofrecer esta información al cliente para que la pueda consultar cuando quiera.
Es sorprendente que no sea así, verda? Tanto, que nos hace sospechar si es una cuestión de carencia de eficiencia o de una deliberada voluntad corporativa de mantener ciertas opacidades propias de otra época. Probablemente, hay un poco de todo. Pero, como decía, tenemos la posibilidad de romper estas inercias anacrónicas y hacernos valer ante estas compañías acostumbradas a saltarse nuestros derechos.